Publicado originalmente en El Universal el 12 de abril de 2021.
Hace poco más de dos semanas, policías municipales de Tulum, Quintana Roo, provocaron la muerte de Victoria Salazar al someterla brutalmente tras una queja por supuestamente alterar el orden en una tienda de conveniencia. El reporte del forense indica que esta mujer sufrió una fractura de vértebras cervicales (C1 y C2), en lenguaje coloquial podríamos decir que fue desnucada, y en caso de no haber perdido la vida, esa lesión la habría paralizado de brazos y piernas permanentemente.
¿Acaso hubo la intención de causarle un daño de semejante magnitud? Estoy seguro que la respuesta es un contundente no. Los policías llevaron a cabo una maniobra con fuerza excesiva y sin el conocimiento o capacitación para hacerlo correctamente. El resultado es de varias vidas hechas añicos, empezando con la de Victoria y sus hijas, continuando con la de ellos mismos y sus familias.
Hechos como este –imposibles de defender o justificar– despedazan la imagen y el prestigio de cualquier institución dedicada a mantener el orden y la paz pública. La andanada de vituperios, insultos y descalificaciones por parte de la indignada ciudadanía no contribuye a mejorar lo que no sirve o está roto.
Los cuerpos de Policía son uno de los cuatro eslabones del aparato de seguridad pública e impartición de justicia. Son el rostro de muchas acciones de gobierno en las calles, pero también son una muestra clara del desarrollo institucional del país, y en este tema quedamos muy mal parados. Sabemos bien que la gran mayoría sufren de múltiples carencias y deficiencias, esto no es por gusto propio, deriva de un abandono crónico de los distintos órdenes de gobierno desde hace años. Los presupuestos son insuficientes, lo que implica sueldos bajos, equipamiento incompleto o deficiente, y por supuesto, falta de capacitación y entrenamiento.
Todos sabemos que la gran mayoría tiene jornadas de trabajo prolongadas, salarios modestos, prestaciones ordinarias, falta de respeto por parte de la sociedad, y lo peor de todo, un riesgo inherente de ser agredido mortalmente solo por portar un uniforme que los identifica claramente ante los ojos de todos.
Durante el 2020, en Estados Unidos perdieron la vida 359 oficiales en la línea del deber por múltiples causas (www.odmp.org/search/year/2020), en México sumaron 524 asesinados solamente, ¿cuántos más por otras razones? Cuando un policía es asesinado, lo único que presenciamos es una ceremonia protocolaria para despedir al “héroe caído en cumplimiento de su deber”, pésames para la familia, funcionarios que dicen que el crimen no quedará impune, a veces el anuncio de becas escolares si es que hay hijos pequeños y hasta ahí.
No podemos tener un equipo ganador de primera división con un mal entrenador y el presupuesto de un equipo de segunda división. Falta camino para continuar con la dignificación y profesionalización de esta complicada y peligrosa profesión. Es imprescindible entender que acarreamos deficiencias de origen en la formación de estos cuerpos, pero sobre todo, entender que perder la vida bajo el lema “para proteger y servir” no pagará las cuentas de los deudos, ni brindará un futuro medianamente digno para sus familias.